En mi tierra, como en muchos lugares del vino, había hace alrededor de medio siglo, pequeñas bodegas familiares. Casi en todas las casas había una pequeña bodega donde el viticultor hacía su vino, de su propio viñedo, y luego vendía a la taberna más cercana o bien a todo aquel que quisiera, dado que en aquellos tiempos, bebedores había muchos, y las tabernas no daban abasto a servir medios de vino, o vasos o lo que se estilara en aquel tiempo.
Lo que no había es enólogos, ni profesionales catadores, ni gurus del vino, ni siquiera revistas de vinos, donde el bebedor pudiera fijarse y ser aconsejado, pues el único buen consejero era el propio estómago del bebedor. ¡Que verdad tan grande!. Beber un litro o dos de vino en una velada, pudiera ser lo más normal del mundo. Una sola taberna podía consumir del orden de 30.000 litros anuales sin ningún problema.
Analizar los aspectos por los que desaparecieron esas pequeñas bodegas, me resulta complicado, porque hay multitud de versiones, pero una de ellas trata de cuando las grandes bodegas comenzaron su expansión, y necesitaron más vino, que compraban en principio a los pequeños viticultores y que luego, dadas las complicaciones de la época, salía más rentable no hacer vino y vender las uvas directamente a la gran bodega.
Ni que decir tiene que se pagaba la uva muy bien, aunque debías recogerla muy madura. El truco estaba en que al entregar la uva tan madura, las bodegas no tenían otra, que poner agua a los mostos que entraban para rebajar esa madurez y obtener vinos más apropiados. Era normal ver en aquellos tiempo la manguera de agua dentro de la «tinaja». Así era rentable poder pagar más a los viticultores, a sabiendas que la uva que entraba estaba muy mermada, y que el agua solucionaba milagrosamente un problema inducido y compensaba con creces el precio al viticultor.
Otro de los problemas con el que se encontraba el viticultor, era la báscula de pesaje; en numerosas ocasiones algunas bodegas «preparaban» la báscula a su favor, con lo cual el pesaje podía ser menor de lo real, con la consiguiente pérdida de kilos del viticultor y la ganancia para el bodeguero.
Poco a poco todo esto acabó por contagiar al bodeguero que empezó a ver el vino como un negocio, y dejó de ser pasión, y dedicación. Con este escenario, los actores estaban preparados para entrar a escena con la industria enológica, que estaba a punto de comenzar a vivir sus mejores tiempos.
Con la desaparición progresiva de las pequeñas bodegas familiares, desaparecía mucha identidad vitícola y de paso cultura del vino. De modo que la Tierra, el Viñedo y el Viticultor dejaron de ser protagonistas, para convertirse en meros esclavos del sistema. En un arranque de coraje surgieron asociaciones de viticultores, que desembocaron en cooperativas vitivinícolas, donde todos juntos podían concentrar la producción, que luego defenderían ante los compradores. Unir toda la producción les convertía en realidad en grandes bodegas, que al final tanto unas como otras no tuvieron más remedio que rendirse a la «industria del vino».
Bodegas y cooperativas de agricultores luchaban por vender el vino, en una guerra de precios donde ganaba , no se sabe quien, pero si está claro que quien perdía era de nuevo el viticultor, que en este caso se convertía en dependiente de su cooperativa, y del buen hacer de sus directivos, que en la mayoría de ocasiones no estaban preparados, ni tenían una trayectoria comercial seria, ni ellos ni por supuesto las nuevas bodegas cooperativas.
Siempre se dudaba en si era mejor vender a la bodega o a la cooperativa, al final dependía de lo rápido que necesitaras el dinero, dado que las cooperativas pagaban de forma farccionada y las bodegas más directamente.
¿Pero que paso con los bebedores de vinos?. Cuando la Enología entro a saco, los bebedores extrañamente no podían beber tanta cantidad pues las sustancias que ponían a los vinos los hacía dificilmente dijeribles, y las «borracheras» pasaron a ser descontroladas, con lo que apareció el mal beber y la mala fama de los bebedores que no podían controlarse. Bajó por tanto el consumo de vino en general, hasta nuestros días donde está mal visto decir que uno bebe, porque es sinónimo de borracho. Se pasó el tiempo donde beber mucho no dejaba secuelas ni resaca ni malas «borracheras», a no poder beber porque una sola copa podía producir un intenso dolor de cabeza.
https://bodegamarenas.com/wwwbodegamarenascom/con-los-vinos-de-verdad-no-hay-forma-de-emborracharse/
Al bajar el consumo del vino los viticultores no tuvieron más remedio que disminuir gastos, y mecanizar sus cultivos, ya que la poca rentabilidad a la que se llega, hace tambalear a regiones de vinos antiquísimas, que en muchos casos desaparecen y que en otros aguantan, mal viviendo o gracias a la diversificación con otros cultivos, como el olivo.
Hoy por hoy, todo esto está pasando factura, y tener un viñedo para vender las uvas es inviable, las vendas a quien las vendas, de echo no es viable ni siquiera vender el vino a «granel». La globalización, la industria del vino que cada día da una vuelta de tuerca a ver quien da más barato, el consumidor que ya no es bebedor, y que no sabe que ha pasado, solo entiende que si bebes eres «borracho» y malo, y no sabe los ingredientes que lleva lo que bebe, y lo que esto le produce en muchos casos.
Todo esto para llegar a la parte final de la historia, que no necesita comentarios, que es indignante, y me produce verdadero asco. Aquellos que han querido industrializar el campo también, que no se cortan en hacer, poner o echar lo que haga falta con tal de que salgan las cuentas. Esos listos que provocan sin darse cuenta que desaparezcan los pequeños viticultores, con sus «camiones» cargados de «uva».
Esto son imágenes de hace unos días, y ocurre de forma habitual en cualquier región de vinos.
Lo que he contado, son las vivencias que he recogido en nuemerosas ocasiones, a través de viticultores que las vivieron, o en su caso los padres de estos. También yo lo he visto con mis propios ojos. Se podría escribir un libro acerca de lo que pasó, lo cierto es que los viticultores, los verdaderos, los que saben como se hace, van desapareciendo, y solo parece que esta es la solución.
Muchas regiones han resurgido en los últimos años, gracias al buen hacer de pequeñas bodegas, como las de hace mucho tiempo, que intentan expresar su trabajo y su esfuerzo.
Podría haber hecho una entrada con la vendimia de Marenas, un poco idílica, unas fotos de como recogemos la uva, de como fermentan los vinos, y de nuestra humilde bodega, pero he querido denunciar esto aquí, en mi blog. Esto es real y os invito a la reflexión.
Por lo demás, solo nos queda a los que creemos en la cultura del vino, seguir buscando la Memoria Perdida, con la esperanza de que vuelva el buen bebedor, y disfrute como antaño de aquellas veladas de tertulia, a veces cante de la tierra, y rodeado de un buen vino natural, de un vino de verdad.
Salud…