Me confieso un apasionado de la cultura del vino, entendida desde el punto de vista del conocimiento y el respeto hacia la viticultura, y todo lo que la rodea, desde un punto de vista artesanal, donde los pequeños viticultores son protagonistas, con identidad propia, que hacen de su trabajo, algo único y diferente, y que se sirven de la naturaleza para interpretar el mejor vino posible cada año.
A estas alturas debo confesar que nunca me he perdido una sola vendimia. Cuando se acerca el momento, se siente una extraña sensación de nerviosismo y paciencia al mismo tiempo, a la espera del momento justo de maduración, que nos sorprende cada año.
La vocación familiar por la viticultura, me llevó a dar el paso de vinificar, de culminar esa transformación mágica. Desde muy joven se depierta en mí una inquietud imparable por culminar un trabajo que me parecía siempre dejar a medias, iba hacia el vino, o el vino venía hacia mí…
Me encontré con Cerro Encinas, que había sido viña hacía más de 30 años, y empezamos a plantar de nuevo, al modo antiguo (con azada) los primeros plantones en el año 1998. Un año más tarde hicimos el injertado manual, en las diferentes variedades de uva roja, Monastrell y Tempranillo, recuperando así el viñedo multivarietal de antaño, e incoporando por primera vez en mi región uvas rojas. También recuperamos una antigua cepa local, Montepilas, uva blanca que estaba desapareciendo, a pesar de ser ejemplo de uva, adaptada plenamente a nuestro clima.
En 1999 nació mi primer vino, sin experiencia, si saber muy bien lo que pasaría, pero seguro de querer hacerlo bien. El primer vino compartido. Los siguientes años, son de aprendizaje, cosecha a cosecha. Aprender de la Naturaleza, todo lo que acontece en ese tiempo medido… lluvia, tormenta, frío, calor, sol, viento del atlántico o aire Solano… Tierra, cepas… eso es vino.
Cada cosecha es una nueva experiencia, una nueva oportunidad, que procuro aprovechar, para ofrecer el mejor alimento que pueda dar mi tierra, aprendiendo continuamente de la viña y del vino.
De la misma forma, de cosecha a cosecha, las personas vivimos experiencias, que como el tiempo, las hay de todo tipo, buenas, malas, de aprendizaje, de olvido, de pasión, de rebeldía, la cosecha en que se nace o la última vendimia que se cosecha…, todo ello es nuestra vida, al igual que el clima, la tierra y las cepas, son el vino.
En definitiva cosechamos nuestras uvas al mismo tiempo que nuestras vivencias. Y esta es nuestra filosofía, unir ambas, igual que se une el MAR a la ARENA. Es la «vida», o simplemente… «vino».
Las cepas maduran sus uvas cada año, cada cosecha es única, y cada botella de Marenas, siempre encierra «Una pequeña historia de VINOS, VIÑAS Y VIDAS»…. Salud!!!
José Miguel Márquez.